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Amor,

sin fronteras

Es la primera vez que nos atrevemos a realizar entrevistas a personas que viven en nuestra ciudad o fuera de ella y que todas tienen algo en común: están casados con personas de diferente nacionalidad. Como algunos preferían no salir fotografiados, hemos decidido ilustrar cada experiencia con la bandera del país de origen. Tenemos muchas historias guardadas, ruso con americana, japonés con polaca, iraní con americano… pero el espacio nos obliga a elegir solo tres. Esperamos que os inspiren como a nosotros.

Hemos aprendido varias cosas: el amor no entiende de color, ni de idioma, tampoco de fronteras o papeles. La conclusión es fácil: la diversidad enriquece, siempre.

 

 

 

Carlos González Pujol, 31, Barcelona

Alannah Heaney, 29, Irlanda

 

Se conocieron hace siete años en Irlanda. Carlos viajó a Dublín para mejorar su inglés. Alannah vivía en Wicklow habitualmente y decidió pasar un fin de semana en Dublín. Se conocieron en una discoteca, se intercambiaron los datos y no se volvieron a ver hasta cuatro meses más tarde cuando Alannah dedició venir a Barcelona para estar con Carlos. Pasaron 5 días juntos y decidieron que su relación valía la pena. Después de varios años en los que acabaron sus carreras, los dos tenían claro que querían vivir en Barcelona, decidieron empezar a vivir juntos y apostar por su relación. Alannah trabajó de camarera en varios bares ingleses y Carlos empezó de becario en una agencia de comunicación.  

 

Hace una año y medio se casaron y están pensando en ser padres. Las familias de ambos se conocieron en la boda y nunca les han influido en su relación.

 

Una anécdota: Alannah cuando se enfada habla irlandés muy rápido y Carlos sigue sin entenderla. 

 

Comparten: el amor por el fútbol, contar chistes malos y reírse por casi todo. Los viernes invitan a amigos y preparan juntos cenas con platos irlandeses y españoles. 

 

 

 

Belén, agnóstica, 54 años, Barcelona

Cheikh, musulmán, 48 años, Senegal

 

Se conocieron hace doce años en la Gran Vía de Barcelona, Cheikh estaba abriendo la parada de artesanía que tiene desde hace más de 15 años en el mercado de artesanos de Barcelona y pasó un hombre, le empujó, lo tiró al suelo y le robó el bolso que llevaba. Cheikh se golpeó la cara, se rompió el labio y se fracturó la nariz. Belén estaba en una cafetería con unos amigos y se levantaron para ayudarlo. Llamaron a la policía e insistieron en que debía ir al hospital. Cheikh se negaba y Belén finalmente lo acompañó en su coche hasta el hospital El Clínic de Barcelona. 

 

Belén está separada, tiene dos hijos mayores e independientes que no la juzgan. Cheickh no tiene familia y siempre ha vivido solo en Barcelona. Belén, después del incidente, empezó a visitarle con excusa de comprar alguna pulsera o collar. Dice Cheikh que le conquistó por el estómago, ya que Belén le preparaba bizcochos y madalenas para comer a media tarde. Han pasado “muchas horas juntos, de pie, y mucho frío”. Los dos comentan que la gente los miraba mal. Belén siente que a ella la miraban peor. Descubrieron que tenían muchas cosas en común y que compartían formas de ver y sentir muy similares a pesar de sus culturas y religiones totalmente distintas. 

 

Actualmente llevan ya seis años viviendo juntos. Fue un momento difícil para los dos. Ambos cuentan que siguen sintiendo que hacen algo mal. “Son una extraña pareja”, Belén mide poco más de 1,60, es rubia y blanca de piel.  Cheikh es negro, muy alto y delgado. Aunque actualmente en el bloque de pisos donde viven ya no son la única pareja mixta. Hay un matrimonio de un marroquí y una española. 

 

Una anécdota: Belén comparte el mes de Ramadán con Cheikh de forma voluntaria y lo ha adaptado a su manera de ser: intenta comer productos vegetales y beber té durante el día. 

 

Comparten: los dos disfrutan viendo documentales, les gustan los que tratan sobre África; algún día les gustaría poder viajar juntos a Senegal.

 

 

 

Antonia, Sevilla, 64 años, bibliotecaria.

Miguel Ángel, Argentina, 68 años, campanero y escritor.

 

Extán casados desde hace más de 20 años. Con hijos de relaciones anteriores. Antonia era viuda y Miguel Ángel estaba divorciado y hacía más de 10 años que había abandonado Argentina, acusado de comunista y terrorista. De entre muchas profesiones a las que se dedicó Miguel Ángel, la última fue campanero y por ella llegó a Sevilla: a restaurar la campana de la iglesia de Santa María de la Esperanza de la Hermandad de la Macarena. Un día cualquiera se conocieron. Todavía se miran y se ríen como si fuera la primera vez que se ven. 

 

Juntos han construido una gran familia en la que los hijos de uno son también los del otro. Ya son abuelos y tienen seis nietos; dos viven en Argentina, pero intentar venir a España cada dos años. Miguel Ángel no ha regresado nunca a Argentina. Se ríe de su país y de sí mismo. Su acento le delata aunque ahora se mezcla con jerga andaluza, que lo hace mucho más divertido. 

 

Una anécdota: escriben e-mails y felicitaciones de navidad las firman como MiguelAnto, una manera de demostrar que son dos seres con una sola alma.

 

Comparten: el amor por la lectura y los paseos por el mar. Una enfermedad de Miguel Ángel les ha obligado a trasladarse a Málaga, junto al mar; saben que les queda poco tiempo de estar juntos y disfrutan cada minuto.

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