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Británicos,

los menos cualificados en el dominio de un segundo idioma

Los británicos no tienen el nivel lingüístico adecuado en la segunda lengua; esta es la conclusión a la que han llegado la mayoría de los responsables de los departamentos de exportación en grandes empresas internacionales.

 

En 2012, las Cámaras de Comercio Británicas realizaron una encuesta a 8.000 empresas británicas y la conclusión fue que el 96 % de los empleados británicos no dominan ninguna lengua extranjera. Por primera vez las empresas británicas indican el idioma como barrera para entrar en los mercados internacionales. La situación es tan grave que la economía y el mercado laboral británicos ya sufren las consecuencias.

 

En el mismo año, otra encuesta de la Comisión Europea puso a prueba el dominio del idioma extranjero, o segunda lengua, de 54.000 estudiantes de entre 14 y 15 años de edad en 14 naciones. Suecia fue claramente superior con un 82 % de los alumnos que alcanzan un nivel "independiente" o "avanzado independiente". El promedio para los 14 estados fue de 42 %. Inglaterra destacó con uno de los más bajos, solo 9 % de los estudiantes.

 

Parte de la explicación es que la segunda lengua de muchas personas es Inglés, mientras que muchos británicos siguen creyendo que hablan el idioma del mundo y por eso opinan que no tienen que esforzarse en aprender lenguas extranjeras.

Puede que tengan razón en términos de comunicación, pero esta actitud no solo les está haciendo perder interacción cultural en el mundo, sino que ya supone un peligro para sus propias perspectivas de empleo.

 

Las políticas educativas de los últimos gobiernos no han ayudado a mejorar esta situación. En 2004 el gobierno laborista de Tony Blair eliminó el requisito  de aprender un idioma después de los 14 años, haciendo que el número de estudiantes que eligieron la optativa de un idioma extranjero para los GCSE (lo que equivale a nuestra ESO) cayera a la mitad en las escuelas estatales durante los siguientes siete años.

 

Fuente: resumen extraído de un artículo en la edición impresa del Economist, 28 febrero 2015.

Este artículo está disponible en inglés en la página 25.

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