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Convivencia en espacios reducidos

Cinco claves para convivir con armonía

La mayoría de pisos en los centros de las grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, tienen un tamaño entre 35 y 75 m2. Si vives solo puede parecer un paraíso, pero si tienes que compartirlo con tu pareja y tu familia la convivencia puede resultar complicada a medida que pasan los días de confinamiento obligado.

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El ser humano es social, necesita vivir en compañía, pero a la vez requiere de espacio e intimidad. En esa dualidad radica la complejidad de la convivencia…

Si a la ecuación, que ya es compleja de por sí, le sumamos un espacio reducido, aprender a lidiar con la situación puede ser todo un reto para no caer en la intolerancia y la irritabilidad. El ambiente en el hogar no debe tomarse como algo menor, pues la propia OMS considera que las condiciones del hogar pueden considerarse factores de riesgo o agentes de la salud de sus residentes

Los 5 pilares para una convivencia armónica son la comunicación, la flexibilidad, saber compartir, el orden y respetar los espacios privados…

Es fundamental no solo hablar con las personas con las que convives, sino también escucharlas: la calidad de la conversación. A veces solo «oímos»  pero no escuchamos ni entendemos. Tal vez si redujéramos el tamaño de nuestro ego y prestáramos atención a lo que nos está diciendo la otra persona nos ahorraríamos un montón de malentendidos y discusiones.

Esto se relaciona directamente con la flexibilidad y con saber compartir. Con ceder, con no querer llevar la razón en todo siempre. Hay que saber recibir, pero también hay que saber dar. Lograr un equilibrio, una armonía que nos beneficie a todos.

Otro factor elemental es la organización: todo pasa por el orden en casa, en el sentido más amplio de la palabra, desde el orden en nosotros mismos al orden en el ambiente. Una rutina dentro del hogar construida entre todos, basada como ya hemos dicho en la comunicación, la flexibilidad y saber compartir.

Por último, es importante promover espacios de intimidad y soledad, como afirma Javier Urbina, urbanista de la UNAM: «Cuando alguien quiere estar solo y no tiene dónde, eso representa una presión muy seria». Es importante que todos los miembros del hogar tengan ese sitio donde recluirse del mundo, donde puedan relajarse teniendo por seguro que ese lugar va a ser respetado por el resto.

Los espacios privados no siempre pueden ser habitaciones de uso exclusivo, pueden crearse en una sala donde cada habitante de la casa construya su espacio individual. Es importante que todos respeten ese espacio privado a pesar de estar en una zona común. No vale ocupar ni ordenar un espacio privado ajeno porque podría ser entendido como una acción de presión o un ataque personal que complique la convivencia.

La forma en la que esté decorada la casa influye en nuestro cerebro y nuestras emociones

Más allá de los factores antropogénicos en la convivencia (los 5 pilares), el espacio en el que nos encontramos y su estructura también juegan un papel muy importante. Desde que en 2003 se creó la Academia de Neurociencias para la Arquitectura (ANFA) en San Diego (Estados Unidos), se ha avanzado mucho en el conocimiento de cómo el ambiente es capaz de modelar el cerebro, y por lo tanto, nuestras emociones. La neurobióloga Mara Dierssen afirma que podemos crear ambientes que mejoren el estado de ánimo, la productividad, el aprendizaje o la creatividad. Y la arquitecta Cecilia Rimoldi de la Asociación de Neuroarquitectura y Neurodiseño afirma que una simple ventana actúa a modo de «escape psicológico» y aporta confort. Este efecto terapéutico aumenta si además tiene vistas a un paisaje natural: árboles, un jardín o un parque. Incluso los cuadros o los pósteres con paisajes producen el mismo efecto. Poner vegetación en casa, en el alféizar o en la terraza, nos conecta con el verdor propio de la vida.

 

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