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Reinventando la excelencia académica

Una excelencia más amplia e inclusiva debe llegar a los centros

Editorial 

¿Qué podemos hacer los padres para motivar a nuestros hijos a ir a la escuela? 

Es domingo por la tarde y los estudiantes se preparan para la semana que empezará dentro de pocas horas. Algunos sienten terror ante esa vigilia, otros incluso ira o rechazo profundo a ir a la escuela. Son alumnos anónimos, aquellos que nunca son elegidos para el consejo escolar, los que nunca son escogidos para hablar delante de sus compañeros. Los que no suspenden, pero tampoco consiguen una etiqueta de excelencia académica. Y es que la excelencia académica es una barrera que se abre solo para cierto prototipo de personas condenadas a perpetuar los errores de una sociedad que idolatra a unos por el mero hecho de insultar a otros ante una cámara.

¿Qué podemos hacer los padres para motivar a nuestros hijos a ir a la escuela? ¿Cómo les convencemos para acudir a ese lugar donde nunca serán recompensados por ser simplemente ellos mismos? Tenemos que animarles para que se mantengan a flote en un ecosistema cerrado a los diferentes, los condenados a no ser nada porque un profesor lo dice y lo dice bien alto: «esto no te conviene estudiarlo, este libro es demasiado complicado para ti, no te presentes a este examen…». Profesores sensatos y amables que se supone que pretenden lo mejor para nuestros hijos. Me encantaría decirle a esos profesores que solo sonríen a los que consideran excelentes, que evitan a los padres de esos otros niños que no cumplen los estándares de su concepción obsoleta de la excelencia, que es realmente triste que personas mediocres intenten gestionar excelencias que desconocen y que nunca tendrán.

"La excelencia no debe desaparecer sino abrir sus paradigmas, hacerlos inclusivos."

Que esos niños mediocres dentro de excelencias muertas serán las personas que marcarán los destinos que aún no han sido ni siquiera imaginados. Serán personas con una alta capacidad, preparadas para trabajar en entornos polivalentes, probablemente hostiles, ya estarán habituadas a la frustración, nada hará que se rindan cuando consigan acabar la etapa académica. Mientras, esos profesores, buscadores incansables de una excelencia que nunca obtuvieron, seguirán etiquetando a las personas bajo criterios simplistas del tipo «tú sí, tú no», docentes condenados perpetuamente a corregir exámenes y calificar la excelencia de la que les gustaría haber sido dotados.

La excelencia no debe desaparecer sino abrir sus paradigmas, hacerlos inclusivos y no lo contrario. Una excelencia amigable y personalizada basada en el esfuerzo y el entorno de cada estudiante. Suspender un examen no es el reflejo de falta de capacidades sino de las carencias del profesor para conseguir motivar a ese alumno, o simplemente de un mal día.

Las familias tienen que esforzarse el doble para apoyar y dar confianza a sus hijos dentro de un sistema que los excluye cada trimestre y los etiqueta en grupos de excelencia académica según un rígido orden alfabético en el que cuanto más arriba esté la letra de tu grupo (a, b, c, d, e…) más baja es la posibilidad de que llegues a conseguir algún reconocimiento.

Paco Tomás y Valiente, en la entrega de premios a la Excelencia en la Comunidad de Madrid

«No solo son excelentes aquellos que obtienen óptimos resultados, sino muy especialmente quienes consiguen progresar desde circunstancias menos ventajosas, en ocasiones con problemas familiares, aprietos económicos o dificultades de aprendizaje».

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