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La ciencia detrás de «El problema de los tres cuerpos»

Más allá de la ficción ideada por Liu Cixin

La serie aclamada de Netflix «El problema de los tres cuerpos», basada en la trilogía del ingeniero y escritor chino Liu Cixin publicada en 2006 con el mismo título, nos plantea algunas de las cuestiones resueltas o aún por resolver por la astrofísica. Sin ir más lejos, el título del primer libro de esta trilogía alude a un problema clásico de la mecánica orbital difícil de resolver; se trata de la incógnita sobre los movimientos de los objetos astronómicos y los efectos gravitatorios.

Un problema físico aún sin resolver

Si bien con la ley de gravitación universal de Newton o ley de la gravedad es posible predecir de manera exacta la traslación de la Tierra alrededor del Sol o de la Luna alrededor de la Tierra con tan solo conocer el lugar en el que se encuentra cada uno de ellos y la velocidad a la que orbitan, cuando tres (o más) cuerpos celestes ejercen fuerza al mismo tiempo entre sí se produce un caos gravitacional y no hay forma de predecir su órbita, lo que provoca las llamadas «eras caóticas» de las que nos habla Liu Cixin en su libro, y en las que los «solarianos» (oriundos del planeta Trisolaris) padecen todo tipo de inclemencias: deshidratación, heladas, achicharramientos, o incluso salir volando por los aires.

La ciencia moderna no ceja en su empeño de resolver este problema de los tres cuerpos; por el momento, solo contamos con «soluciones en serie», fórmulas matemáticas complejas que requieren ser capaz de sumar hasta el infinito para obtener una respuesta más o menos precisa. Sin embargo, no hay una fórmula universal aplicable a todos los casos que pueda predecir de forma exacta el comportamiento de un sistema de tres cuerpos en un tiempo finito, puesto que el movimiento de los cuerpos celestes no sigue un patrón específico en sistemas estelares reales.

Esta situación de inestabilidad lleva a los extraterrestres a buscar planetas más estables a donde emigrar. Por medio de una señal emitida por radio que se transmite por el espacio en forma de ondas electromagnéticas por una de las protagonistas descubren el planeta Tierra, a tan solo 4 años luz de distancia (lo que equivale a 400 años solares); es la distancia a la que se encuentra actualmente la estrella Alfa Centauri de nuestro planeta, y es además el sistema estelar más cercano al Sol.

Hay un sistema estelar a 4 años luz de distancia de la Tierra

Según explica la doctora en física Mar Gómez en un post en la red social X, es complicado que el Sol refleje o amplifique las ondas de radio de otros planetas con tan solo apuntar hacia él como sucede en la novela, aunque un estudio de 2022 plantea que es posible el uso de la gravedad solar «para amplificar las señales que emiten las sondas enviadas al espacio interestelar, lo que permitiría transmitir sonidos o imágenes a lugares como Alfa Centauri», señala.

imagen del post de Mar Gómez en la red X (Twitter) sobre el problema de los tres cuerpos

La respuesta a esta señal que en la novela tiene lugar ocho años después alude a un hecho real: el fenómeno de la señal WOW que se produjo el 15 de agosto de 1977, que detectó el radiotelescopio Big Ear de la Universidad Estatal de Ohio en Estados Unidos. Esta señal destaca por sus características que sugerían un origen artificial en lugar de natural: su alta intensidad, su nitidez entre el ruido de fondo cósmico, una duración breve y una aparición sin precedentes y que no se ha repetido desde entonces.

No obstante, la comunicación fluida mediante este método no es posible, puesto que los mensajes tardan en ir de un planeta a otro una media de 4 años, y precisamente tiempo es lo que no tienen los solarianos estando al borde de la extinción.

Así pues, y para que su plan de invadir la Tierra se haga efectivo, deciden atacar a la comunidad científica, que son los impulsores del avance de la ciencia humana. En ese momento, uno de los protagonistas humanos, también científico, se encontraba investigando las aplicaciones de las nanofibras, uno de los materiales del futuro que de seguir desarrollándose socavaría por completo los planes invasores de los extraterrestres y abriría además una puerta hacia el espacio exterior para los humanos, quienes podrían encontrar una vía para defenderse ante una guerra intergaláctica.

Las nanofibras no lo pueden cortar todo por muy resistentes que sean

En la actualidad, la investigación sobre las nanofibras, que miden la milmillonésima parte de un metro, está en pleno auge, con avances significativos en los terrenos de la biomedicina, la ingeniería de tejidos, la construcción, la industria automovilística, la aeroespacial e incluso la cosmética. Estas estructuras filamentosas «se pueden construir a partir de grafeno, una lámina de carbono del grosor de un átomo; a menudo son muy fuertes y suelen ser buenas conductoras», detalla en su poust la doctora Gómez, aunque no es verdad que puedan cortarlo todo como sucede en la serie, remarca.

La gente de Trisolaris se presenta como una especie que ha alcanzado un desarrollo tecnológico y científico inimaginable por la humanidad, incluso son capaces de crear superordenadores del tamaño de un protón. Así es como logran boicotear el avance científico en la Tierra, enviando este protón con inteligencia artificial al que llaman sofón. El protón tras varios doblamientos adquiere su tamaño subatómico original, lo que lo hace más imperceptible para actuar como eficaz máquina de espionaje, y también, por qué no decirlo, para sembrar el caos.

Con 4 sofones (2 emisores enviados a la Tierra y 2 receptores en Trisolaris) capaces de moverse de un lado a otro a la velocidad de la luz, los extraterrestres consiguen provocar fenómenos inexplicables que llevan a la locura a la comunidad científica, tales como una cuenta atrás que se fija en la retina del ojo.

Una cuenta atrás para enloquecer

Los sofones se inspiran en la teoría de cuerdas, nacida a finales de los años sesenta, una serie de hipótesis planteadas desde la física teórica que asumen que las partículas subatómicas (como los protones y los neutrones) son en realidad estados vibracionales de un objeto extendido al que llaman cuerda o filamento. Según estas teorías, una partícula, como por ejemplo un electrón, no sería un punto sin estructura interna como solemos imaginar, sino una cuerda minúscula vibrando en un espacio-tiempo de más de cuatro dimensiones. Esto sugiere que estas partículas tendrían el poder de hacer algo más que desplazarse por el espacio, pues según como vibren veríamos unas partículas u otras.

Eso mismo sucede con el dilema de la cuenta atrás que ve el personaje, una ilusión óptica que crea el sofón en el humor acuoso del ojo al generar una vibración rápida, a la velocidad de la luz o más, simulando esos números que solo él puede ver. Es, en realidad, una especie de radiación de Cherenkov, un tipo de energía visible para el ojo humano, que se produce cuando las partículas con carga eléctrica que componen los átomos (electrones y protones) superan la velocidad de la luz, lo que presumiblemente sucede con el protagonista.

La novela de Liu Cixin a pesar de ser ciencia ficción es en buena parte didáctica; despierta nuestra curiosidad hacia los fenómenos del universo como lo hicieron películas como Interestelar o La llegada, y nos hace reflexionar sobre la existencia humana en la Tierra y sobre la presencia de otros seres más allá del punto insignificante que supone nuestro planeta en el inmenso universo. No obstante, la serie de Netflix deja mucho que desear, llegando a alterar elementos importantes de la historia como la ubicación en la que tienen lugar los hechos, el género o las nacionalidades de algunos personajes; de hecho, hay quienes se preguntan por qué la serie presenta a gente de etnia china solo como villanos o personas pobres, tal como reflexiona la periodista Li Yuan en The New York Times; ¿estamos ante un caso más de orientalismo en el cine? Sea cual sea el caso, la novela del escritor Liu Cixin está a la altura del galardón que se le otorga, nada más y nada menos que el premio Hugo a la mejor novela, y una nominación para el premio Nébula.

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